Un educador para el nuevo mundo

Carlos Calvo
Un educador para el nuevo mundo

En 1883 ó 1884, cuando mi abuelo materno cumplía 5 años, fue enviado por su padres al cheder, o escuela elemental judía, donde iría a aprender a leer el idioma hebreo y el Antiguo Testamento. Era costumbre entre los judíos de la provincia de Grodno en Belorrusia darle una pizarra a los niños al entrar al cheder. Era su pertenencia personal, sobre la cual iban a aprender a leer y a escribir. Y el primer día, el profesor hizo algo bastante notable: tomó la pizarra, y dibujó en ella las primeras letras del alfabeto hebreo -aleph y beys- con miel. A medida que mi abuelo se comía las letras de la pizarra, aprendía un mensaje que iba a permanecer con él por el resto de su vida: el conocimiento es dulce.
Berman (1987)

• El educador para el nuevo mundo no puede diferir sustantivamente del educador del mundo presente y del antiguo.
• En cambio, el profesor debe cambiar radicalmente; no puede seguir siendo igual al profesor actual, que ha extraviado su camino por causa de la rutina y repetición de contenidos ajenos y metodologías verbalistas.
• La principal razón para que el profesor cambie tiene que ver con la recuperación del rol educativo del profesor, antes que con su actualización y perfeccionamiento en los nuevos descubrimientos científicos y tecnológicos, como en nuevas y atrayentes metodologías de enseñanza.
• El cambio cualitativo del profesor es indispensable, mientras que el perfeccionamiento es conveniente. Cualquier perfeccionamiento que no se enraíce en una genuina relación educativa nunca será un satisfactor sinérgico, sino solo un pseudo satisfactor.
• El profesor, al asumirse como educador, reconoce que nadie es igual a otro; valora la importancia medular que juega la subjetividad en todo el proceso educativo, a partir de la cual cada persona construye su universo de relaciones holísticas y sinérgicas.
• El proceso educativo consiste en crear diversas relaciones sinérgicas, gracias a las cuales diferentes polaridades, tales como, saber-ignorancia, orden-caos, comprensión-confusión, se armonizan complementaria y holísticamente en un constante fluir del uno al otro, sin antagonismo, donde lo distinto es acogido en su diferencia, antes que excluido por su oposición.
• De este modo, la ignorancia no es un estigma vergonzoso ni el desconocimiento de alguna fórmula o dogma por la que se deba recibir sanción, sino que es expresión de inquietudes que buscan respuestas y enigmas que esperan ser resueltos. En este sentido, el que ignora, sea profesor o alumno, no teme equivocarse.
• No temen a la equivocación porque la vida misma es expresión sinérgica de ella. Si la vida es así, con mayor razón, lo será el jardín infantil, la escuela y la universidad. En otras palabras, los profesores y estudiantes deben ir a equivocarse a la escuela, antes que a buscar la respuesta estereotipada y segura, pero rara vez comprendida.
• En consecuencia, el rol del educador consiste en respetar y promover el derecho a equivocarse. Las equivocaciones y las certezas construyen el fino tejido de las redes de relaciones holísticas y sinérgicas que conforman lo que denominamos realidad. Todo cambio constituye una nueva relación que transforma cualitativa, sinérgica y holísticamente las relaciones precedentes. En este sentido, solo a posteriori es posible comprender que uno se ha equivocado o que ha tenido la razón.
• La incertidumbre que origina se minimiza gracias al invento de diversos criterios de objetividad arbitrarlos, basados en el paradigma científico cartesiano, donde la polarización entre saber e ignorar es dicotómica: la persona sabe o ignora, sin ninguna opción para la duda.
• A lo largo de este proceso se termina por identificar objetividad con verdad y subjetividad con injusticia.
• Si bien el criterio paradigmático cartesiano es cuestionable, es más grave olvidar que el acuerdo sobre la objetividad es provisional y relativo, y mucho más lamentable aún es estigmatizar al que reprueba, con juicios descalificatorios que trascienden el ámbito escolar.
• Si bien la tentación de la certidumbre amenaza el trabajo educativo, se puede disminuir gracias a la inocencia. La inocencia permite no solo sorprenderse ante el misterio que nos rodea, sino también cooperar con personas distintas a uno, así como aceptar a los otros en sus diferencias particulares.
• Sin embargo, la mayor amenaza a la Inocencia viene de la tentación de la ingenuidad, que consiste en la ilusión de creer que las personas y el mundo son como uno las imagina. De hecho, el ingenuo cree que lo diferente es antagónico y no solo distinto. No acepta la diversidad y complementaridad de los opuestos; supone que la luz es opuesta y no complementaria a la oscuridad. En consecuencia, cree que para ver requiere solo de la luz y no de la oscuridad. También supone que para aprender solo necesita de algunos conocimientos y no de las ignorancias que los acompañan, rechazando que para aprender se requiere tanto del saber como de la ignorancia.
• En consecuencia, para el educador la educación es un proceso de creación de relaciones posibles y su rol consiste en ayudar a crear esas relaciones, pero nunca a imponerlas.
• El proceso de creación de relaciones implica causalidad, sincronicidad, simultaneidad y contradicción entre los distintas relaciones. La innovación se gesta a lo largo del devenir histórico y no a través de la repetición, que tiene lugar durante el transcurrir del tiempo cronológico.
• Las relaciones que genera el proceso educativo son posibles porque no hay modo de predecir ni anticipar qué se relacionará ni cómo se hará. De hecho, el proceso educativo nunca es exclusivamente causal; también es sincrónico. Tampoco está exento de confusiones, angustias, alegrías y tensiones.
• Durante el devenir histórico del proceso educativo la relación de causalidad lineal y unidireccional entre pasado, presente y futuro no tiene vigencia, puesto que el presente y el futuro también modifican el pasado. De hecho, entre pasado, presente y futuro existen relaciones sincrónicas y de causalidad cíclica.
• Lo precedente no significa que se puedan alterar los acontecimientos pasados; más bien se refiere al hecho que al recordar un acontecimiento o un sentimiento dichas imágenes son modificadas por las emociones y vivencias actuales, del mismo modo como las expectativas que tienen que ver con el futuro transforman los recuerdos pasados. Por ejemplo, cuando recordamos nuestra niñez no es nuestra infancia tal como la vivimos cuando niños la que viene a la memoria, sino que es nuestra niñez tal como la concebimos desde nuestra adultez la que recordamos. Esto ayuda a comprender el porqué el diálogo intergeneracional es difícil, a pesar de la buenas intenciones que se tengan.
• El educador inmerso en el tiempo histórico puede innovar en la medida que comprende que los hechos pueden tener muchas explicaciones y no una sola. En cambio, el profesor no educador que transita por el tiempo cronológico solo será repetidor, pues nunca comprenderá que la educación no es repetición de relaciones preestablecidas, sino creación de relaciones posibles.
• De hecho, toda innovación se gesta y desarrolla desde el pasado histórico, antes que del presente o futuro, aun cuando esto no implica que ellos no jueguen un rol importante en la innovación. Ahora bien, innovar, más que creación de lo nuevo, es hacer inédito lo antiguo; es renovar lo viejo.
• Así, como al educador le es fácil aceptar que el alumno se equivoque, confunda y contradiga mientras aprende, al profesor, que no ha asumido su rol de educador, le es difícil trabajar creando relaciones posibles, inéditas, que impliquen confusiones, ambigüedades y contradicciones.
• Este profesor prefiere repetir ingenuamente. Repetir le ilusiona con la seguridad del pasado muerto, sin historia. La ingenuidad, por su parte, le ofrece la garantía de soñar con un futuro desarraigado de toda historia. Por el contrario, para el educador la repetición y la ingenuidad son las peores patologías contra la innovación.
• La innovación consiste en crear relaciones inéditas con inocencia y misterio, a pesar de los desórdenes, contradicciones y confusiones que pueden generar, amén de las incomprensiones del trabajo que realiza el educador, las que pueden llevarlo al ostracismo o la exoneración de su trabajo.
• La innovación también tiene que ver con el ensimismamiento del que innova. Nadie puede innovar por uno, ni siquiera la tía por el párvulo o el profesor por el alumno. Solo se puede guiar, pero el caminar es personal, subjetivo, sacrificado y alegre, ambiguo y contradictorio. Para ensimismarse se requiere de los otros. Si no se está con ellos, no podrá encontrarse a sí mismo; tampoco se encontrará a los otros si uno no se busca a sí mismo.
• Si el profesor no asume el rol educativo que le es propio, confundirá el ensimismamiento con la soledad y le temerá. Para tranquilizarse buscará acríticamente la objetividad a través de la alienación y el sacrificio de la identidad propia.
• Este tipo de profesor es el que confundirá subjetividad con injusticia y objetividad con verdad, cometiendo un grave error paidogénico al desconocer que en tanto educador debe ser eminentemente subjetivo, pero no injusto.
• La aceptación paradojal de la subjetividad le permitirá comprender que enseñar es asombrar con el misterio y confundir con amor. Mientras que aprender es avanzar en el develamiento amoroso del misterio, gracias a la creación de relaciones inéditas, todas posibles, algunas probables, pero ninguna pre-establecida.
• Hay otra paradoja implicada: la del caos como fuente nutricia del orden. Hay creación cuando el caos desordena el orden relativo preexistente, anula el sentido original y gesta uno inédito, sobre la base del tejido de las nuevas relaciones. Ambos, caos y orden, tienen que ver con el proceso creativo.
• A su vez, la complementaridad entre caos y orden, permite comprender la relación entre predictibilidad y libertad en educación. La educación genuina es libre en sus posibilidades relacionales y predictible en tanto no hay duda alguna que se establecerán relaciones en algún momento del tiempo histórico.
• Sin embargo, de todas las relaciones posibles, solo algunas son probables y apenas unas pocas se materializarán en el futuro próximo o lejano.
• Ahora bien, si la educación es predictible es evaluable. Sin embargo, es necesario un tipo de evaluación que no se limite a comprobar, según un patrón de objetividad absoluta, cuánto se ha aprendido de un tema o qué destrezas se dominan.
• Al contrario, la evaluación de los procesos educativos debe orientarse a lo desconocido, o a las relaciones que se pueden formar sobre lo conocido, o a la ignorancia que se desprende de lo aprendido. Evaluar lo que se ignora tiene la ventaja de la tranquilidad y de la emoción compartida en un mismo proceso: es búsqueda y creación; por lo tanto, cíclica, donde una creación lleva a la otra. En el caso de la evaluación tradicional, por el contrario, la persona evaluada se siente constreñida a repetir ingenuamente a lo largo de un continuum lineal, donde una repetición lleva a la otra.
• Sólo si el educador es hacedor de preguntas inocentes y no de preguntas ingenuas podrá evaluar la creación de los procesos educativos. La pregunta inocente es aquella que no presupone la respuesta correcta; además que, cualquiera sea la respuesta, generará nuevas preguntas, dando continuidad sinérgica a un proceso sin término. En cambio, la pregunta ingenua conlleva una respuesta estereotipada, tal vez correcta y verdadera, pero estéril.
• La relación sinérgica y holística entre enseñanza y aprendizaje se da en función de la libertad para que las relaciones inéditas fluyan con libertad dentro del contexto del ritual creativo.
• En consecuencia, el educador para el nuevo mundo es aquel que ayuda a crear relaciones inéditas a partir de lo conocido, al mismo tiempo que consagra y respeta el derecho a equivocarse.

Bibliografía

Berman, Morris El encantamiento del mundo Santiago, Editorial Cuatro Vientos, 1987